miércoles, 15 de octubre de 2014

Me carga esta frase porque...

No soy una vagina. No soy un cerebro. Soy Barbara, y esa tampoco es una buena descripción, porque, a menos que tuviera un nombre que les hablara acerca de mi historia (como los ents del Señor de los Anillos), no podría reducir mi existencia ni a una palabra, ni a una etiqueta, ni a una parte del cuerpo (aunque a mí me gusta mi nariz). Soy Barbara y soy mujer. Y aunque suene simple, no se acaba en eso. OK. Si fuera hombre tampoco terminaría ahí. Creo que somos seres complejos.


Hace una semana publiqué esta imagen en facebook con el siguiente encabezado "Me carga esta frase porque evidentemente todas las mujeres tenemos cerebro y vagina". O algo así. Luego de eso la borré, y me arrepiento harto porque quizás ahora podría comenzar una discusión a partir de los comentarios sin tener que forzarme a recordarlos. Los primeros comentarios alabaron la objeción. Y luego comenzaron a objetar la objeción misma y la buena recepción, diciendo que en cualquier caso esta frase caería bien parada (sin una segunda lectura, claro supongo). A mí en realidad nunca me cayó bien. Después de eso mi hermano me dijo que en verdad yo sabía a qué apuntaba la frase, no la frase literal, sino el trasfondo de todo esto. Luego, como ya dije, borré el post porque me cargan las discusiones de facebook en cinco caracteres. Y no me importa si nadie lo lee ahora (ya, si me importa, jiji), hoy decidí publicarlo aquí porque hay mucho más espacio para explayarme en algo que creo que es relevante y que aún se plantea como una contradicción dentro de la aceptación de la libertad y de la liberación femenina... Y porque sí, porque como dijo mi hermano conozco el trasfondo de la frase y estoy en profundo desacuerdo con este separatismo obstinado y a veces pedante entre la intelectualidad y la sexualidad de la mujer (y que tantas veces es planteado por mujeres).

Voy a hablar de las mujeres no por feminista, sino porque soy mujer y siento que las mujeres somos frecuentemente denostadas y despreciadas según la parte del cuerpo que el juzgado crea que ocupamos más. No puedo negar que a veces me han dado ganas de enfrentarme al juez, sin ningún abogado, y decirle que se equivoca. Que sólo me está reduciendo a un aspecto de mí misma, a una anécdota, o a un error. Sin embargo, en el intento, uno corre el riesgo de quedar como loca y paranoica... y nadie quiere hacer escándalos, o sea jelou. Encarar a los cahuineros sería ganarse una segunda etiqueta.

En este punto vale la pena suponer que la sociedad plantea a las personas como una reducción de lo que son, tal vez porque no existe el suficiente tiempo para conocer a cada cual con sus defectos, virtudes e historias, y puede que ese sea un problema de la vida, del tiempo y del espacio, pero es problema de cada uno lo que diga de los demás. Puedo estar equivocada... pero voy a intentar explicarlo según como lo veo...

Creo que la mayoría de las personas son (somos) efímeras para otras personas. Otras personas que son las que nos van validando en los círculos en los que nos movemos, muchas veces según los líderes a los que siguen, los cuales pueden ser positivos o negativos. Personas van y pasan por nuestras vidas a cada instante; unas se quedan por más tiempo, otras gran parte de la vida (como algunos miembros de la familia) y otras simplemente se van. Como no tenemos tiempo de conocer a esas personas, muchas veces las reducimos al aspecto que resaltamos o que nos llaman la atención de ellas: Juana la Loca, Felipe el Hermoso, El Príncipe Valiente... La vida entera reducida a un adjetivo detrás de tu nombre. Bueno, eso será lo que los "adjetivadores" piensan.

En "mi vida según otros", he sido puta y matea (al parecer, según la imagen de arriba, ser "matea" es la nueva "santa", ojo niñas, "santa" ya pasó de moda). Supongo que en el Instituto fui matea porque me fue bien desde un principio. Ahí era la niña que ocupaba su cerebro al 100%, responsable (aunque impuntual), talentosa y tantas cosas "buenas" que ahí me dijeron. Pero yo nunca estuve reducida a ser estudiante nada más. Tenía amigas, tenía pololo, tenía un ambiente de trabajo y un barrio y una familia. Y si resumo, de todos ellos, los que más me han reducido a un pelambre son los que menos me han conocido.

Si volvemos al párrafo anterior, digo cosas "buenas" entre comillas no porque definan mis cualidades ni porque me gusten los halagos, pues lo que encuentro realmente bueno es que eran cosas que se decían frente a frente y a las que uno podía responder, aunque sea con un "gracias" o un "gracias, pero...".

En el barrio debo haber sido puta, y más que seguro en el trabajo fui mosca muerta. No creo que estas cosas sean malas en sí, lo que finalmente me desagrada es que no exista el derecho a pataleo cuando derechamente (que paradójico, ¿no?) te están pelando o están inventando algo sobre ti (porque pucha, en verdad nunca he sido prostituta, y ningún galán de turno me ha pagado por hacerlo). Mosca muerta he sido "toda la vida", pero ojo, sólo por ser tímida con una sexualidad activa, como si esas dos cosas no fueran compatibles; como si ser genuinamente tímido, o como si acostarse con alguien fuera malo. Y no quiero que se prenda una discusión en torno a esto, respeto a las prostitutas, pero no soy una, igual como no soy doctor ni gasfiter. ¿Y eso de ser una mosca? No, señores, no webeen

La verdad es que me encantaría limpiarme de los prejuicios de "correcto" e "incorrecto", tan inculcados en uno mismo. De ninguna forma me exculpo de que nunca haya pensado-dicho algo malo de alguna persona, pero creo que una buena forma de limpiar es callar. Es no transmitir los pensamientos innecesarios, sobretodo a las nuevas generaciones.

Sé que parece que me fui a cualquier lado contando mi historia, pero no. Tal vez lo único que quiera demostrar en esta entrada es que las personas no somos sólo la faceta que ven otras personas menor o mayormente conocidas, y en el caso de las mujeres, no usamos únicamente el cerebro, ni usamos únicamente la vagina. Tenemos vidas, somos consecuencias de nuestras historias. Tenemos miedos y sentimientos detrás de nuestras acciones, y no deberíamos ser reducidos (ni reducir a otros) a una etiqueta, puesta tantas veces con malicia. Porque asumamos, pelar es divertido, ¿Pero qué pasa cuando nos toca a nosotros? Que ganas dan de justificarse.

Un hoyúo para todos esos peladores con tejado de vidrio.

Y niñas, no sigamos haciendo frases tan innecesariamente separatistas.

Un abrazo :)

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