Todas las escaleras terminan en una casa, y esa casa, al abrir la puerta trasera, sigue con el camino ya trazado. Me subo a un colectivo creyendo que sólo cruzaré una calle, pero nunca vuelvo a bajarme de él, no porque muera, sino porque el viaje se vuelve demasiado largo. Cruzo toda una ciudad: caminos de tierra y casas derrumbándose. Los ojos infinitamente blancos en caras infinitamente sucias, todos sobre mí porque en esa zona no cruzan los autos. En la carretera tres hombres colgando de una micro me tiran besos, pero no miro. El seguro está puesto y sólo tengo miedo de bajar, quizás porque soy mujer, quizás porque en la mochila llevo mi cámara escondida... quizás porque la dueña de la casa y de la escalera me dijo que el camino era peligroso. Pero no sé porqué decido ir, ni viajar. No puedo recordarlo, creo que es por un conejo negro.
Me pregunto si el chofer me estará llevando al destino que le pedí, a simple vista juraría que estaba más cerca, que incluso pasamos por ahí, pero ninguno de los lugares que vi era lo suficientemente peligroso. Yo iba al más peligroso, y poco importaba la forma de cómo fuera, sino lo que pasaba allí y cuánto miedo sintiera antes de abrir la puerta y bajarme.
Me pregunto si el chofer me estará llevando al destino que le pedí, a simple vista juraría que estaba más cerca, que incluso pasamos por ahí, pero ninguno de los lugares que vi era lo suficientemente peligroso. Yo iba al más peligroso, y poco importaba la forma de cómo fuera, sino lo que pasaba allí y cuánto miedo sintiera antes de abrir la puerta y bajarme.
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